El
Curro Pablin
Los arrieros de Jesús María, leñadores y carboneros
bajaban Arriando sus burros que fatigados, bestias y hombres, llegaban desde
más arriba de San Isidro, arriba de la cuesta empinadísima. Ya llegando al
pueblo su paso obligado era por el costado sur del “camposanto” y ya por el
cansancio de los burros y de los arrieros, éstos azotaban de más a los
pobres animales, más por el miedo del susodicho arriero que de noche tenían que
pasar por el lugar.
Sucedía que entre las tumbas del panteón asistía un
pintoresco y extraño personaje conocido en el pueblo y la región como “El Curro
Pablin”, que vestía invariablemente de negro un traje raído y maltratado por el
uso y cuyas actividades eran visitar los hogares de los difuntos al ser contratado por los deudos para amortajarlos, rezarles sus rosarios y cantarles sus
alabanzas.
Algunas veces ya en el panteón, al realizar sus labores
cotidianas el tiempo se le venía encima, de tal manera que la oscuridad
empezaba a imperar en el lugar. En esa hora pasó algún arriero que azotando sus
burros, los hacía pujar de dolor y al arriero apresurar el paso por el miedo de
pasar por el panteón y su prisa por llegar
a su casa; de tal suerte, que El Curro Pablin al escuchar aquella situación, enfático le gritó al
arriero:
- ¡Ingrato, deja esos pobres animales!,
- ¡no los
maltrates!,
- ¡vienen cargados
y cansados!,
- ¡no seas bruto!
Como nuestro personaje no se encontraba a la vista, además de que la oscuridad era
imperante, todo aunado al paso por el panteón, el arriero pensaba que le
hablaban los muertos, apuraba mas la azotaina
y seguramente llegaba a su casa muy asustado por la experiencia vivida a
su paso por el cementerio y pidiéndole a su esposa una persignada con un huevo
y un jarro de té de Ixtafiate.